El pescador de Islandia by Pierre Loti

El pescador de Islandia by Pierre Loti

autor:Pierre Loti [Loti, Pierre]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: prose_classic
publicado: 2011-07-11T22:00:00+00:00


XXII

Y ahora, no puedo resistir al deseo de referiros el entierro de Silvestre, que presidí yo mismo, autor de este libro [Téngase Presente que Pierre Loti es un oficial de la marina francesa de guerra], allá abajo, en la isla de Singapore. Muchos otros muertos habían sido arrojados al agua durante la travesía; pero como esta vez nos hallábamos próximos a aquella tierra malaya, se decidió guardar el Cadáver algunas horas más, para darle en ella cristiana sepultura.

El acto se efectuó por la mañana muy temprano, a causa del horrible calor del sol. Colocóse el ataúd en una canoa, cubierto con la bandera francesa. Dormía aún la gran ciudad extraña, cuando tocamos tierra. Un pequeño furgón, enviado por nuestro cónsul, aguardaba en el muelle; en él pusimos el cuerpo, así como la cruz de madera, hecha por el carpintero de a bordo, en la cual se leía el nombre del difunto, pintado con letras blancas sobre el fondo negro, húmedo todavía.

Atravesamos aquella Babel con nuestra lúgubre procesión, y todos nos sentimos profundamente emocionados al encontrar, a dos pasos del inmundo hormiguero chino, la calma de una iglesia católica. Bajo aquella alta nave blanca, donde estábamos solos mis marineros y yo, el Dies iræ cantado por un sacerdote misionero, resonaba como una dulce evocación mágica. Por las puertas abiertas se veían cosas que parecían jardines encantados, verdores admirables, palmas inmensas; el viento sacudía los grandes árboles floridos, arrancándoles una lluvia de pétalos carmíneos que caían hasta dentro del templo.

Terminados los rezos religiosos, emprendimos nuestra marcha hacia el cementerio, allá, muy lejos. Tuvimos que atravesar barrios chinos, arrabales indios y malayos, donde toda especie de gentes amarillas, asiáticas, nos miraban pasar con ojos asombrados.

Salimos, por fin, al camino sombreado por árboles, por entre cuyas copas volaban admirables mariposas con alas de terciopelo azul. Un gran lujo de flores, de palmeras; todos los esplendores de la savia ecuatorial.

Llegamos a la mansión de los muertos, llena de tumbas mandarinas con inscripciones multicolores, pintarrajeadas de dragones y fantásticos monstruos, medio perdidas entre asombrosos follajes de plantas desconocidas. El sitio donde depositamos el cuerpo parecía un florido rincón de los jardines de India.

Sobre la tierra que cubría el ataúd plantamos la cruz de madera, hecha y pintada a toda prisa, durante la noche, en cuyos brazos redentores se leía:



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